Creo que un año y un mes dejándote la ventana abierta con el simple fin de estar disponible si necesitabas algo, una plática, un consejo o simplemente tener a alguien que te escuche fue tiempo suficiente. La he cerrado hoy.
Tu silencio no lo veo mal, es más, supongo que es buena señal. No necesitas hablar más conmigo, aunque siendo sincero, desde tu partida nunca lo necesitaste. Lo interpreto como que no tienes problemas o que ya tienes alguien con quien compartir tus penas, que espero sean breves, y tus alegrías.
Espero sea eso, y no que, desconfiada u orgullosa, hayas desdeñado el gesto de apoyo que te ofrecí en lo que pensé era una hora amarga en tu vida, en honor a esa antigua y bonita amistad que algún día tuvimos.
No importa ya, quedará como una nota al pie de página de ese libro que llamamos vida. En fin, cierro la ventana porque no estás ya apoyada en su marco y han empezado a soplar los vientos del norte, la cierro. No vaya a ser que se cuele una fría remembranza ahora que el fuego de mi hogar empieza a resplandecer.