18 Apr
18Apr

Hace muchísimo tiempo en esa región nació un becerro que fue adquirido por Amir, un hombre rico que lo llamó Hermoso. Lo atendía con esmero y lo alimentaba con lo mejor. Cuando Hermoso se convirtió en un buey grande pensaba agradecido que su dueño lo trataba muy bien. “Mi amo me trata muy bien y me gustaría agradecer su ayuda”.   Así pues un día le propuso:

-Mi señor, busque algún ganadero orgulloso de sus animales y dígale que puedo tirar de cien carretas cargadas al máximo.

Amir aceptó y fue a visitar a un mercader.

-Mis bueyes son los más fuertes –le dijo éste.

-No, el mío puede tirar de cien carretas cargadas –dijo Amir.

Apostaron un bolso con monedas de oro y fijaron la fecha para la prueba.

El mercader dispuso cien carretas cargadas al máximo con arena para volverlos muy pesados. La prueba dio inicio y Amir se subió a la primera carreta y no pudo resistir la tentación de darse importancia ante todos los presentes. Hizo sonar su látigo y le grito a Hermoso:

-¡Avanza, animal tonto!

Hermoso triste pensó: “Nunca he hecho nada malo y mi amo me insulta”. Así es que permaneció fijo y se resistió a tirar.

Todos se rieron mucho y Amir tuvo que pagar al mercader la apuesta. De vuelta en la casa, Hermoso le dijo:

-¿Por qué estás tan triste?

-Perdí mucho dinero hoy por tu causa.

-Me diste con el látigo, me llamaste tonto. Dime, ¿en toda mi vida te he causado algún daño? –preguntó Hermoso.

-No –respondió el amo.

-Entonces, ¿por qué me ofendiste? No es mía la culpa, sino tuya. Pero como me da pena verte así, te propongo que vuelvas con el mercader y le propongas una apuesta doble. Pero ahora sí, usa conmigo solo las palabras que merezco.

El mercader pensó que volvería a ganar, así es que aceptó.

Al día siguiente todo estuvo dispuesto para la nueva prueba. Amir se acercó a Hermoso con una flor en la mano, le tocó la cabeza y le dijo,

-Hermoso, ¿me podrías hacer el favor de tirar de estas cien carretas?

Hermoso obedeció y sin dificultad tiró de las carretas. El mercader convencido pagó las dos bolsas de oro y todos llenaron de cumplidos al buey.

Pero fue Amir quien apreció más que nadie la lección de humildad y respeto que había recibido y la recordó toda su vida: la persona respetuosa sabe donde terminan sus límites y comienzan los de los demás.

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